Matar a Sherezade para sobrevivir con voz propia
- Angie Gabrielle Aragón
- 30 sept
- 2 Min. de lectura

¿Puede una lectura ser incómoda y, al mismo tiempo, necesaria?
Joumana Haddad, escritora y activista libanesa, demuestra que sí con su ensayo autobiográfico Yo maté a Sherezade. Y es que el título no es una metáfora ligera; Joumana, efectivamente decide “matar” a la narradora de Las mil y una noches. La razón es clara, Sherezade, aunque astuta, sigue siendo un personaje pensado para complacer al poder masculino, para sobrevivir a costa de su sumisión. Haddad no quiere sobrevivir entreteniendo al otro, quiere derribar el escenario mismo en el que él manda. Quiere hacer uso de su propia voz.
Su escritura surge desde la herida, desde la rabia y desde la lucidez. No es complaciente ni busca suavizar la incomodidad: Haddad se atreve a decir que la mujer árabe no es ni la víctima pasiva que Occidente imagina, ni la figura sumisa que su cultura ha moldeado tantas veces. Frente a Sherezade, ella invoca a Lilith: la rebelde, la que se negó a obedecer.
La clave del texto radica en la mezcla de reflexión y testimonio. Haddad cuenta su infancia en Beirut, la guerra, la religión y las limitaciones impuestas por la sociedad. Pero también habla de su despertar intelectual, del papel de la literatura, la sexualidad y la escritura como armas de emancipación. No escribe como una académica distante, sino como alguien que expone su propia vida como argumento y como trinchera.
Cada capítulo nos mueve de las falsas creencias porque derrumba los prejuicios que se han creado desde las miradas alejadas. Critica el machismo en el mundo árabe, pero también el paternalismo con que Occidente mira a las mujeres árabes desde arriba, con lástima disfrazada de superioridad moral. Señala la censura externa, la autocensura, el peso de las tradiciones y el miedo a romperlas. Su voz no hace concesiones: busca incomodar, sacudir, obligar a replantear lo que creemos saber.
Leer a Haddad es escuchar a alguien que dice en voz alta lo que otros prefieren callar. Su radicalidad puede incomodar, incluso parecer excesiva, pero en ese mismo terremoto radica la potencia de su mensaje. Yo maté a Sherezade no es un manifiesto tibio, es una declaración de guerra contra los estereotipos y contra las cadenas invisibles que persisten generación tras generación.
Al cerrar el libro, queda una certeza, Haddad no pretende que el lector esté de acuerdo en todo. Lo que busca es más profundo y más urgente, que nadie vuelva a mirar a la mujer árabe —ni a ninguna mujer— con los mismos ojos.
"...Así pues, es mejor que sus hermanas, hijas, nietas y todas sus descendientes cierren su negocio de concesiones y se mantengan lejos, muy lejos de mí.
Porque una mujer árabe furiosa anda suelta. Con sus historias propias "no negociables", con una libertad y una vida propias "no concedidas por nadie". Y con el arma asesina perfecta.
Y ahora no hay quien la detenga."
Angie Gabrielle Aragón
@hapilogoly
